. Maneras de. Sentir

miércoles, abril 19, 2006

Los peces piensan... demasiado.

¿Para qué caminar hacia atrás? ¿Para qué mirar de nuevo lo que vamos dejando olvidado? Todo lo que hay detrás ya lo conocemos. O eso creemos. O eso nos hacen creer. ¿Se puede cambiar el pasado? ¿Alguna vez alguien lo ha intentado?

No sé si merece la pena intentarlo, o es mejor tratar de guiar el futuro, de moldear el presente, y adaptarse mejor a él. Con todo lo que conlleva. Sin conformarse con poco. Sin estrellarme al obligarme a aspirar al máximo.

No puedo seguir pensándolo. No quiero seguir pensándote. Tú y mis sueños. Mis sueños y yo.

Cuanto menos lo analizo, todo es mucho menos violento, más suave. Como tú, cuando te toco dormida. Cuando no hace falta soñarte despierta, cuando te tengo de verdad, y estás ahí, para convencerme de que todo es de cierto. De que me lo crea una vez más.






..

Estábamos tendidos de espaldas, uno al lado del otro, y ella me acariciaba maquinalmente, yo tenía frío y ella me hablaba de cualquier cosa, de la pelea que acababa de ocurrir en el bar , de las tormentas de marzo...Los peces pasaban y pasaban, había uno, negro, un pez enorme, mucho más grande que los otros. Pasaba y pasaba como su mano por mis piernas, subiendo, bajando...Entonces hacer el amor era eso, un pez negro pasando y pasando obstinadamente. Una imagen como cualquier otra, bastante cierta por lo demás. La repetición al infinito de un ansia de fuga, de atravesar el cristal y entrar en otra cosa.

-Quién sabe –dijo la Maga-.A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.

Gregorovius pensó que en alguna parte Chestov había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando...

-Pero el amor también podría ser eso –dijo Gregorovius -.Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz con algo desagradable.



Rayuela. Cortázar